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Miguel Hernández, más vivo que nunca

Ediciones y reediciones, nuevas biografías, biografías corregidas y aumentadas, cuando se cumplen cien años del nacimiento de Miguel, y el próximo día 28, casi siete décadas de su muerte, el mundo editorial se vuelca con el autor de «Viento del pueblo». Leerle es justo. Y humanamente necesario

Miguel Hernández, más vivo que nunca

Fue perito (ingeniero, más bien) en lunas. Guerrillero de armas poéticas tomar. Pastoreó cabras y pastoreó sonetos. Fue esposo y soldado. Le cantó al hambre («Hambrientamente lucho yo...») y le cantó al hombre («Si hay hombres que contienen un alma sin fronteras...»). Fue padre desconsolado, malherido de tristeza ante una cebolla. Se cumple (el 30 de octubre es la fecha otoñalmente exacta) un siglo del nacimiento de Miguel Hernández. Y el día 28 hará sesenta y ocho años de su desaparición. Pero hora es de cantar su vida y no su muerte cainita.

De profesión, poeta

Durante veinte años, el profesor Eutimio Martín ha tirado del hilo de la memoria de Miguel para escribir «El oficio de poeta. Miguel Hernández», biografía en la que dibuja un Hernández con pinceladas nuevas. Un título esclarecedor para el biógrafo: «Miguel tenía un concepto profesional de la poesía. Fíjese, en sus memorias, Josefina Manresa, su esposa, cuenta que durante el viaje de novios en Jaén, al registrarse en el hotel, en el apartado de profesión, Hernández rubricó, decididamente, poeta. Y desde la cárcel le escribía a Josefina para pedirle que cuidara sus manuscritos, porque eran «el pan nuestro de mañana»».

Para un adolescente que ha obtenido las mejores calificaciones pasearse un año después ante sus compañeros pastoreando sus cabras puede ser un trauma. Y, para Miguel, lo fue. Así se lo contó a Eutimio Martín Ramón Pérez Álvarez, uno de sus grandes amigos (fue el encargado de amortajarle). «Nunca se rehizo del hecho de no poder estudiar», sentencia Martín.

Salvo con Aleixandre («el único que lo quiso desinteresadamente»), las relaciones de Miguel con sus compañeros poetas no fueron, por decirlo de alguna manera, fluidas. Una tesis que también mantiene otro de los más exigentes biógrafos del poeta, José Luis Ferris, de quien se acaba de reeditar (corregida y aumentada) su clarividente obra «Miguel Hernández. Pasiones, cárcel y muerte de un poeta»: «Aleixandre le amó como a un hermano y valoró siempre la bondad, la generosidad y el talento de Hernández -cuenta Ferris-. También Cossío fue un benefactor para Miguel, sin olvidar, por supuesto, a Neruda, Bergamín y Altolaguirre. Lorca y Cernuda, sin embargo, le tenían auténtica alergia. ¿Qué hacía un poeta rústico como él entre aquel florilegio de líricos exquisitos y burgueses? Con Alberti las relaciones fueron de otro tipo. Además, Miguel arrebató al gaditano, sin proponérselo, la etiqueta de poeta del pueblo». Eutimio Martín, aporta un entrañable dato. «Cuando estaba en la cárcel, Vicente le mandaba 125 pesetas mensuales, un sueldo de la época. Y también fue Vicente quien le hizo el único regalo que recibió por su boda: un reloj».

Ejemplo moral y artístico

Ferris fue, con la edición hace ocho años de su obra, quien perfiló el mejor retrato de Hernández hasta entonces, quien puso sobre el lienzo de la historia y la literatura el más intenso fresco del poeta. Ocho años después, a José Luis Ferris no le queda duda alguna de la altura lírica de Miguel: «Me sigue impresionando la rapidez con que un joven con limitados recursos asimila toda la tradición literaria. Asombra que en tan poco tiempo haya podido realizar una obra tan fértil. Sin darse cuenta, sus poemas, siempre ajustados a una experiencia íntima y personal, se convierten en la voz y en el canto de millones de hombres de cualquier tiempo, lugar y origen. Es un ejemplo moral y artístico que perdura». En muy parecidos términos, apunta Martín: «En él, ética y estética eran indisociables».

Quién sabe qué caminos habría seguido Hernández, de no haber muerto tan trágica como prematuramente. Eutimio Martín abre una puerta: «Se sentía muy atraído por el cine. Cuando estuvo en Moscú vio muchas películas, Eisenstein, por ejemplo. Y eso le marcó. Incluso creo que «Viento del pueblo» tiene una estructura cinematográfica».

Bienvenidas sean estas biografías que levantan de nuevo ante nosotros al hombre de una pieza y al poeta de humanísimo aliento. No hay, sin embargo, mejor homenaje que leerle. La mesa de sus textos está servida con títulos como su «Obra poética completa», reedición que pone al día la que ya editara Alianza en 1982, un gran trabajo de Leopoldo de Luis (y su hijo Jorge Urrutia), amigo y camarada de Miguel, y una de las personas que ayudó a costear su lápida. Es uno de los mejores trabajos sobre la lírica de Hernández, con comentarios y estudios libro a libro, que también incorpora a modo de apéndice los poemas primerizos del pastor de Orihuela y diversos manuscritros aparecidos más recientemente.

Un par de años antes de la Guerra Civil, José Ortega y Gasset propone a la Editorial Espasa Calpe la creación de una monumental obra dedicada a la Fiesta Nacional. Incluso tiene el nombre de quien estará al frente, José María de Cossío, que empieza el trabajo en 1934. Cossío aun no compartiendo ideas políticas con Miguel Hernández (Díaz-Cañabate sería su sustituto) le ficha como uno de los redactores de la enciclopedia «Los Toros», que sin embargo no empezará a publicarse hasta 1943 y que será conocida, sencillamente, como «el Cossío». El erudito taurófilo y el poeta mantendrán contra viento y mareas políticos una intensa y sincera amistad.

Piedra angular

Ahora, Espasa Calpe, la editorial para la que Miguel trabajara, también le rinde homenaje con la reedición (sin las notas) de su «Obra Completa» en dos volúmenes (prosa, poesía, correspondencia, teatro), piedra angular de la memorabilia hernandiana, con introducción del catedrático Agustín Sánchez Vidal. Espasa fue la primera editorial en publicar una obra de Miguel tras la guerra (fue «El rayo que no cesa», en 1949, con prólogo del propio Cossío).

Habrá más, muchas más. Porque el año hernandiano viene cargado de acontecimientos. Algo justo y necesario para José Luis Ferris: «Con poetas como Miguel nunca es tarde ya que su mensaje está ahí, no tiene fecha de caducidad y siempre es buen momento para volver a él. Siempre hay un tiempo para volver a un poeta de su dimensión humana porque volver a sus versos, a su obra y a su vida es regresar un poco a nosotros mismos, al lugar exacto de nuestra conciencia y nuestra memoria».

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